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3. De ausencias (18/9/2001)

En esta noche sin luna en que las ausencias tejen recuerdos tan punzantes como el filo de un bisturí, miro el cielo e imagino, a través del humo de tabaco, que vuelven. Puede ser de los patios de la infancia o desde esa tarde soleada, sin duda, del primer amor, o por entre la sorpresa casi olvidada de alguna primera vez; pero vuelven. Viven en la memoria de una forma que no les arrebata la vida que tuvieron ni la autonomía en que se ejercitaban y que, ahora, resulta inmisericorde ante el fantasmagórico trasluz de cada ausencia.

En un descuido, y poco a poco, se pueden colar por los resquicios de la alegría y envenenar las horas con lo que pudo ser. Igualmente, y en otro tipo de descuido, pueden cultivarnos un corazón monstruoso, una inteligencia abismal, o una sensualidad desbordada por todos los extremos del deseo. La sed lo sabe: en aquellas tardes calurosas en que no se satisface con el correr de agua por la garganta, descubre ausencias innombrables, como el oculto nombre de un Dios que quizás ha muerto. Y es entonces que el desamparo extiende sus raíces y la soledad existencial nos atrapa en algo que no es sino cielo a la vez que infierno.

Pero hay ausencias subversivas, ausencias que se resisten a morir en los confines de aquello que les inventó un espacio, un tiempo, y todos sus momentos. Se nos clavan, como lanza, por el costado izquierdo y se nutren de la sangre y la piel que creíamos nuestro cuerpo. Y de pronto, en una noche sin luna, como ésta, descubrimos, en una pincelada final, que nuestro rostro dibuja otros rostros, nuestros pies avanzan otros pasos y nuestras palabras responden sus silencios.