17. De retornos (14/1/2002)
Es muy tarde para volver sobre mis pasos: he sido feliz en demasiadas tierras y la añoranza me invade desde el recuerdo de los lugares que nunca serán los mismos cuando regrese: el mar, el siempre mar donde he vuelto a ser el pez que muere por su boca entre un bosque de troncos descarnados y vencidos, mientras las gaviotas recorren un horizonte robado de la infancia; el pueblo de las muchas iglesias donde me ha asaltado una renacida adolescencia entre las lomas olorosas a tierra mojada y bajo una lluvia inmisericorde, pero acogedora tras los cristales y al cobijo de algún techo.
En las calles de los primeros escarceos amorosos —cuando el deseo excedía las posibilidades de intimidad disponibles y la piel se saciaba sólo en algo que parecía una combustión espontánea con otra piel— aún encuentro, tras mucho tiempo, al recorrerlas por casualidad, una aura inmaterial donde ahora la angustia puede ser la contracara de ese fuego que me encendió alguna vez al tope de intensidad, como una descarga eléctrica o el latigazo de una esclavitud bien merecida.
Y sin embargo, aunque es muy tarde y a veces sin quererlo, vuelvo sobre mis pasos a esos rincones que remedan los inagotables rincones de la memoria. Y regreso, tratando de arrebatar nuevos recuerdos a esas escenografías demasiado valiosas para echar sin más en el olvido. Y recorro hacia atrás la estela de mis pisadas, como el cometa que el viento deja caer y alguna mano —mitad fatalidad y mitad salvación— lleva a descansar, por algún tiempo, sobre la arena tibia.
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