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12. De fotos rescatadas (20/11/2001)

Durante la adolescencia, cuando creía que mi destino era pintar el cuadro imprescindible de mi generación, a falta de modelos, coleccionaba fotos de mujeres, casi siempre desnudas, con la misma ternura del amante que guarda prendas o cartas como trofeo de una amor distante. Había de todo: esculturales mulatas lo mismo que estilizadas orientales, o alguna pelirroja exótica. Morochas, rubias naturales y fingidas, morenas e, incluso, más de una silueta indefinible a contraluz. Había ninfas de pechos que parecían nacientes y hembras de curvas generosas, más de una vez exageradas. Sexos coronados por triángulos precisos y equiláteros, o acuciosamente depilados con distintas formas, o en toda su salvaje gloria al natural. Los rostros, eran igual que los mil rostros de la ciudad más cosmopolita. Las manos, los pies, brazos, muslos, como la variedad de hojas en un bosque. Pero una noche se me acumuló toda la mala sangre y les prendí fuego, junto al lienzo donde una bailarina me negó su forma exacta y, con ella, la vocación de la tinta y los pinceles.

Años más tarde, aprendí el modo de amar a una mujer. Memoricé la “o” que sus labios dibujaban, al despedirse, sobre el cristal último de un auto. El sonido de su risa era una ondulación casi infantil de guijarro que brinca sobre el agua, la curvatura de sus senos, el sendero tibio de alguna serranía y su vientre, el claro de un bosque donde a veces me aguarda un manantial y, otras veces, el estanque donde entro a refrescar mi vida. Con las manos agoté los corredores de esa biblioteca braille donde su piel me narraba el cuento de una noche, de las mil y una noches prometidas. Y fue así que rescaté una foto: su retrato, con una sonrisa tímida y deseosa. Luego, fueron llegando las demás: una habitación, la demasiada ropa, cierta calle recién amanecida, algún parque donde soñó esta piel, los vidrios empañados, la Luna sobre el mar, y tantas cosas enclavadas por siempre en la memoria. Y, lentamente, voy armando el álbum de estas otras. Pero a veces, mientras un cigarrillo se consume entre mis manos sin propósito, se pierde mi vista en un lugar lejano y aguardo por fotos que todavía no llegan.