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2. De viento, aire y brisa (11/9/2001)

Sin prisa, pero sin pausa, imagino otras vidas y me invento sueños. Recorro, con nostalgia, muchos sitios todavía desconocidos y algunos, peor aún, ya inexistentes. Escucho trenes demasiado lejanos traquetear en la memoria que, hoy por hoy, quizá los sabe ajenos, y a veces me miro mirar, desde algún auto, los caminos que conducen a mares incógnitos donde adivino a una mujer avanzando entre las olas o recostada sobre la arena. Y algunas noches, cierro los ojos agobiado por el calor y casi puedo aspirar, en la esperanza, el aroma de bosques entre montañas nevadas que le han negado su blancura limpia a mi existencia, o me sorprendo con el crepitar irreal de unos leños al abrigo de cabañas donde murmura fríamente el viento.

Porque hay un no sé qué que trae el aire al bajar de las cimas, o la brisa al subir por las laderas, que me insisten sobre otras vidas y diferentes sueños, donde viven pasiones por consumar y desencuentros ante los cuales sucumbir, donde vive el músico que no fui y que seduciría la noche en un cuerpo de mujer, al calor musical de un saxofón lánguido o al ritmo insistente de un piano de burdel en la distancia; donde muere, también, el escultor o pintor que no tuve la vocación de ser y que agotaría la mirada en desnudeces cachondas y en curvaturas cargadas de sensualidad.

Y así, de nuevo sin prisa, pero sin pausa, tomo una pieza de aire y sueños cada día, la acomodo en un rompecabezas que descubro cada vez más extenso e imagino todas las vidas que no tendré, aun cuando he tenido tal vez ya demasiadas en ésta, aún tan breve. Dedico demasiadas noches a escuchar con atención los murmullos del viento e interpretar sus caricias como la recreación de otras caricias robadas a personajes ausentes, pero sin duda apasionados. Y a veces, cuando se acerca la madrugada, descubro que la brisa se planta sobre mis labios con la calidez de un beso inmerecido, y casi logro adivinar la impaciencia de esos otros labios que lo entregaron, sin coartadas, a un sueño distante.