Skip to main content

18. De silencios (21/1/2002)

Cuando queda aún mucho por decir y no lo digo, cuando quisiera dormir y entre las venas siento correr sangre de lava, cuando el reloj infame descuenta mis minutos en una liquidación de fin de temporada y el tiempo pasa con pies de plomo y cae, irremediable, como una lápida; sé que voy camino a los silencios.

Y es que cada silencio tiene su propio mapa: los hay que van al sur y flotan en las pausas de una lengua salpicada de lunfardo, y cargan una tristeza de fuego vegetal sobre una plaza, mientras las minas explotan en un verano de pasiones encendidas; los hay que van al este, más allá del mar, y se trasnochan entre una voz  euskera  y un adeu e fins aviat que saben a nostalgia, sobre todo en estas horas que hasta las monedas pierden el rostro y las fronteras se desdibujan bajo la lógica del debe y del haber; los hay que se imponen sobre inmensos territorios durante las madrugadas de pinturas íntimas, cuando se adormecen los ritmos de samba y bossa nova, y la linterna de los afiebrados brilla al final de una noche larga y una vida corta; los hay en este norte con un dios inmisericorde y mercenario donde todos somos piezas de un ajedrez de hormigas y a veces, muy apenas, entra el calor de una amistad y tiembla sobre la línea telefónica, o cintila entre las letras de un correo electrónico, para así disolver tanta distancia; los hay que traen un aroma salobre de malecón y brisa de mar, contra un horizonte donde el sol relumbra entre ola y ola, o los hay andinos, cortos de aire en los pulmones y cercanos a un cielo estremecedor de tan puro, o los hay de selva tropical y saqueados de piña y de banana, o de petróleo y minerales; y los hay, y los sigue habiendo...

Y por último está este silencio aquí, que cuando queda demasiado por decir y no consigo hacerlo, viene a mi lado, pide alguna palabra y me desgarra.