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Manual de infidelidades

La serpiente muere cuando no puede cambiar de piel. Del mismo modo, los espíritus a quienes se les impide cambiar de opiniones dejan de ser espíritus.
— Frederic Nietzche (Aurora)

La fidelidad es a la vida emocional lo que la consistencia a la vida intelectual: simplemente una confesión de fracasos.
—Oscar Wilde (El retrato de Dorian Gray)

Soy Alejandro, he sido infiel, me han sido infiel y he provocado infidelidades. Poco tiene que ver esa pobre apreciación de la exclusividad sexual que tanto se ha discutido, aunque también pudiera tomarla en cuenta. Y estas líneas, escritas con premura, son una humilde bandera y no una apología de arrepentimientos.

Le he sido infiel a más de un sueño, una mujer o algún amigo. El existencialismo humanista (mi gran amor de la filosofía) me ha encontrado en la cama con un positivismo casi darwinista, y la Iglesia Católica me ha visto salir en fuga descaradamente con el Tao. De fútbol, quienes me conocen lo saben, soy incapaz de infidelidades porque carezco de pasiones deportivas; si acaso, veo los deportes con la misma fascinación de un entomólogo de academia descubre un escarabajo bajo los rayos del sol al fondo del jardín. Jaime Sabines, con toda su mexicana chabacanería, se sabe traicionado con Debravo, Borges, Vallejo, Girondo y una lista que podría hacer interminable, igual de interminable que la fila de narradores que en algún momento han desfilado por mi biblioteca, como un desfile de prostitutas en un burdel de lujo.

Me ha sido infiel, antes que nadie, la poesía. Dolorosamente infiel, estérilmente infiel; así, sin más explicación ni aviso (pero a veces, casi sin quererlo, la he reconquistado con una pasión que me era desconocida). La infancia me dejó cuando aún no estaba listo para seducir mi adolescencia y se marchó con los zapatos del colegio y los recreos. El sol me fue infiel una madrugada que lo aguardé frente a la costa del pacífico (ahora sé bien que fue un error) y salió por las montañas. México y Costa Rica me han llevado hasta la puerta, y me mostraron la salida; y al menos España, por no llevar mi ambición a decir Iberoamérica, me ha dejado con las maletas casi hechas y un par de esperanzas bajo el brazo.

Por último, he provocado infidelidades, casi tantas que por ello, y como concesión previa a algún Savonarola de bolsillo, merezco un infierno aparte. He provocado infidelidades ideológicas (que perdonen los partidos) y estéticas (que perdone el santo marketing). A las vocaciones sólidas, a las ideas inamovibles, a las intolerancias, a las críticas sacadas de la manga, a los personajes incuestionables, a los libros de cabecera, al dinero y a un sin fin de cosas que, si debiera hacerlo de nuevo, no dudaría en arrebatarles una alma demasiado entusiasta y falta de perspectiva. Y por ello que perdonen.