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22. De lo mucho y lo poco (18/2/2002)

Es mucho el amor y las palabras me evaden en busca de un sentido:

Salir a la calle y mirar las nubes, mientras la lluvia se vierte casi imperceptible a mi alrededor, pintando de gris alguna tarde ya de por sí demasiado turbia ante mis pasos. Beber un café que no lleva el sello rotundo de sus manos, ni la cantidad precisa de azúcar que sólo su cariño permite diferente y exacta. Dormir simulando el espacio de su cuerpo con una almohada y tener la esperanza absurda de soñar toda la noche con sus brazos, y cómo dulcemente me ciñen y me abrazan...

Es mucho el amor y las imágenes me roban cualquier significado:

Las incontables carreteras y el viento silbando detrás de la lámina del auto y los cristales —tan irreal como el murmullo amoroso que flota después de la pasión y antes del sueño—, la niebla con su poder evocador y evanescente —donde tu figura podría significarlo todo y no ser más que un fantasma—, el eco de pisadas contra el pavimento de una calle familiar —y tú, inesperada, con tu silueta cercana al umbral y casi a contraluz de una ventana—, y tu voz temblorosa, entusiasmada...

Todo esto siempre es poco para nombrar el amor, y muy apenas, y si acaso, sirve para decir su magnitud en una escala desconocida, inexacta y quizás hasta olvidada.