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25. De escritores y alas (3/6/2002)

¿En realidad soy escritor? ¿Soy ese animal capaz de arrancarse las palabras del pecho y dejarlas aún palpitantes bajo la mirada de otros? He derivado por las letras con un amor tan gozoso como el más intenso espasmo de placer, pero también con la pasión con la cual las navajas bailan sobre la piel de los adolescentes. Y a veces el amor no basta, y la pasión se convierte en un pozo  profundo, acechante, negro.

Me hablan de la inspiración, me cuentan de los gloriosos encuentros con una expresión feliz, quizá certera, sin duda adecuada; me señalan los nombres de las cosas como quien dice "pájaro" y escucha un batir de alas.

¿Qué es eso: la inspiración? ¿No es el mensaje por el que uno aguarda, inútilmente, algunas noches? ¿No es la esperanza absurda por una redención que nunca llegará, y tal vez nunca hemos merecido? ¿No es la llamada donde uno esperaba palabras distintas a las que escucha, donde al hablar de amor se extiende, hiriente, la distancia? ¿Y qué es una expresión feliz cuando el aire no sirve sino para llenarse los pulmones? ¿Qué certeza hay en decir que la soledad es larga y agobiante, y que el horizonte es una inmensa esterilidad de horas por consumir al ritmo de un reloj en la oficina?

Y sin embargo, llego a escuchar ese batir de alas, sin adivinar si son las aves que ha traído la primavera, o hay buitres con hambre, y aguardan.