1. De mares y horizontes (4/9/2001)
De un tiempo a esta parte me descubro imaginando el mar, casi sin motivo. Lo pienso como un inmenso puente entre orillas distantes, entre sueños y esperanzas coincidentes. Miro los ríos y los adivino brazos que el mar extiende para encontrarnos, para unirnos por medio de una red más antigua y vital que cualquiera inventada por la tecnología. Sé que alguien, en algún lugar del mundo, piensa en otros países, en playas desconocidas, en caminos que conducen al mar y suspira con la misma sed de horizontes agotados.
De un tiempo a esta parte tengo ojos nuevos, y descreo de las bondades de mi tierra y de mi patria, aunque las amo. Este horizonte casi norteamericano me resulta gris y descompuesto. Y aunque demasiado bien conozco que no existen mejores horizontes, sino mayores deseos y esperanzas menos desgastadas, dejo a este corazón gitano soñar con otra tierra y otra patria, en una orilla distinta del mar, donde quizá se encuentren bosques nuevos y campos de flores que puedan darle cuerpo a un ensueño, aunque sea sólo por momentos.
De un tiempo a esta parte, en fin, disfruto cada día con la certeza de que es siempre una espera. Tal vez sean los brazos del mar o los horizontes inabarcables que se abrirán ante mí y aprenderé a amar como una gracia inmerecida; tal vez sea un largo camino de retorno a todas las cosas que sabré amar mejor cada vez que regrese y, con suerte, seguirán aquí. Quizá después todos los senderos me devuelvan a este rincón del mundo, sólo un poco más sabio, y un poco más viejo; pero sin duda con una sed no satisfecha de horizontes ni mares.
Y entonces, sólo entonces, me sabré cómplice de aquellos que han imaginado el mar y han sido infieles a sus propios horizontes algún día, en algún momento, desde cualquier rincón del mundo.
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