16. De esperanzas y escritura (11/1/2002)
A esta hora, mientras duermes con la dulzura que sólo algunas otras mujeres, ciertas aves migratorias de tierno plumaje y uno que otro cachorro de mamífero —como un osezno o tal vez las crías de contados felinos— lograrían reflejar; en este instante cuando te alejas por sueños que desconozco, pero ansío compartir, debiera escribir cuánto te extraño.
Y sin embargo, no se me da más que escribir sobre las calles de esta ciudad —que se niegan a devolverme el eco de tus pasos—, y las nubes —que no dibujan a contraluz, sobre la Luna, la silueta ya grabada para siempre en algún territorio tras de mis párpados—, y el ulular del viento —que no trae tu voz para arrullar mi insomnio.
Y casi no logro escribir, si no fuera por la esperanza que se descuelga por el cansancio y me promete sueños donde mis pies seguirán la estela de tus pasos, mi piel será la extensión más gozosa de la tuya, mis labios se perderán sobre tus labios y mis manos se reinventarán gitanas y errantes, para reclamar por patria tu cuerpo en toda su extensión, de frontera a frontera y de las cordilleras más firmes a los valles húmedos y más vivaces.
Y consigo escribir gracias a la esperanza que, desde el sueño —después de él, y además de él—, me asegura un pronto encuentro, en una hora cada vez más cercana y bajo un cielo que, a tu lado, supondré más intenso y luminoso.
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