I
Ella toca su pecho y lo descubre firme;
pero no encuentra otra piel
ni otras manos,
sino apenas la humedad recalcitrante de su sexo.
Él agota las páginas de un libro,
y se acuesta desnudo y aferrado a una almohada
para intentar no hundirse en los silencios.
Las mañanas nunca han sido fáciles
al despertarse tan mujer y tibia
frente a la muda compañía de los espejos.
Y es triste desprenderse de las sábanas
para no compartir el café de la mañana
ni el agua en la bañera,
y entonces duele no volver al sueño.
Pero durante el día se sentirá observada
y una pregunta casual
le conseguirá inspirar una parvada de promesas
y no le bastará la voz
para acercarse y tocar ese otro cuerpo.
Y él escuchará la respuesta aunque ya no importe,
pues habrá comprendido:
cada sílaba
tendrá la plenitud de una caricia
y cada frase,
la humedad y el calor de varios besos.
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