IV
Soy culpable de besar tus pechos
y dormir por mil noches en tus brazos
—las tardes eran un espejo donde crecía una velada angustia
y la piel desdibujaba las fronteras
Soy culpable también de la borrasca
y los signos infaustos del silencio
—pero no existió cordura suficiente para hundirnos en el vendaval
y sobrevivir las volcánicas aristas de la entrega
Soy por último culpable de la esperanza
y de la fe que me cegaron con simulacros de respuesta
—mientras las dudas maduraban a la sombra artificial de nuestro tiempo
cuando aún creíamos que la sensualidad era la redención
Pero acepto mi error mi culpa
y sólo pido la libertad de seguir con las manos extendidas hacia la tormenta
y recordar por siempre y para siempre
que para mí existió una vez en un lugar tu cuerpo
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