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II

Dices “no quiero ser como los gatos”
y en tu rostro aparece un visaje solitario
como un animal que nace y muere en el desierto
—nuestra independencia es un estandarte
que reclama y define mil distancias

“Es agradable tener con quién besarse
y con quién desdibujar la forma de los brazos”
pero te acecha un rancio temor de soledades
de incomunicación y de aguas turbulentas
—y el único resquicio contra la angustia se hunde
entre los titubeos de la palabra

“¿Y por qué te gusto?” preguntas
como si tener una piel joven y la vocación para el deseo
fuera una vanidad desconocida
—o como si la sorpresa de encontrarte tan mujer y esperada
te pareciera una ofrenda injustificable y casi cruel

“Pero aún me falta tiempo”
y en esta frase descubro una inusual certeza:
la pasión es cada momento de la duda
y es cada momento de la entrega