V
Hay palabras que anuncian la tormenta, que dan aliento a las catástrofes de cada día y nos consumen con el amargo sabor del desconsuelo. Repetir que “escucho”, “leo” o “en aquel gesto”, es otra forma de reprocharme que no entiendo, que necesito comprender, que hay otra nueva angustia apenas enraizada cuerpo adentro.
Y es que hay palabras que dan la absolución, y otras condenan sin remedio. Son el castigo que nuestra sed de comprensión impone sobre el vano y limitado entendimiento. Tal vez una caricia anticipada o el modo generoso de entregar tus pechos… Quizá el momento en que haces el amor o me ciñes con tus muslos… No lo sé, acaso con esos signos conversamos de forma más honesta, y brevemente vencemos al silencio.
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