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II

Recorren los pasillos
con la seguridad de encontrarse
al dar la vuelta en cualquier esquina,
y se distinguen entre muchos rostros
como lo harían en mitad de algún desierto.

Ella busca ese cuerpo
y esa mirada que la reconocen hembra,
e imagina sobre sus muslos
el vaivén lujurioso de esos dedos.

Él observa la tersura de los hombros
y, en la espalda,
el espacio justo para su abrazo.
Luego piensa en la tranquilidad del vientre
y en el valle húmedo del sexo.

Lo abraza,
como si en él se sostuviera el mundo,
y le da un nuevo sentido a los silencios.

La envuelve con sus brazos
y aventura una caricia
al borde de los senos.

Después,
confunden su anatomía con una enredadera
y reinventan la forma de sus sueños.