Retratos para la incertidumbre
Cada incertidumbre tiene un rostro que no sólo aparece en algún espejo. Cada zozobra inventa un gesto distintivo y en paisajes vacíos o entre cuatro paredes, donde siempre se adivina el manto de la noche, y siempre una luz intensa pareciera malahuyentar la inquietud, alguien nos mira con ojos que pudieran ser los propios: a medio camino entre la cautela y la angustia, el resguardo y el olvido de sí, la desesperanza y una ensoñación un poco apurada, un algo triste, pero a final de cuentas con el potencial de tender puentes.
Cada una de estas obras de Miguel Ruibal tiene la contundencia de un puente, y sus peligros. Cada aproximación hace indudable, al mismo tiempo, la fragilidad del acercamiento y la amplitud de derivaciones. Hay una incomodidad subyacente en cada figura que confronta al espectador y arriesga el rechazo, pero también cada cuadro ofrece la intuición de ser un retrato del desasosiego en común, una representación colorida de las dudas habituales, una invitación a una mínima certeza: detrás de cada careta, más allá de las manos que parecieran marcar distancia u ocultar un semblante, o incluso bajo los párpados cerrados del personaje que se adormece sobre una silla, existe una mirada igual a la nuestra que nos interroga, y se adivina más esperanzada con el diálogo que con la respuesta.
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