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Jam visual: sobre la obra de Al-Sature

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Tradición no es únicamente aquello que heredamos de nuestros ascendientes ni el entorno inmediato de nuestra infancia. Ahora, con todas las virtudes y desafíos de nuestro momento, podemos reclamar por tradición muchos universos antes ajenos. En el caso de Al-Sature, su limbo legal de despatriado libio le ha permitido reclamar, desde Inglaterra y para un medio de expresión distinto, la herencia musical Afro y Latina.

Cierto, en sus títulos se adivina esa afición, pero un impulso más intenso, algo más, que él interpreta como un anhelo de libertad, lo lleva a improvisar con la tinta mientras escucha alguna pieza de jazz o es arrastrado por la cadencia de un ritmo caribeño a poner sobre el papel esa ductilidad de movimiento, ese colorido vivaz y esas texturas que él visualiza, nota a nota, desde un compás al otro, y a todo lo largo de una melodía. Es entonces que sus figuras se alargan en un baile sincopado, las trompetas y guitarras brincan de una coloratura a otra, los tambores enfrentan un contrabajo en su rítmico golpeteo y una cantante balancea sus frases, en un swing imprescindible, o entre las voces de un guaguancó se intuyen los avances de una coreografía gradual y seductora. Y es entonces, también, que un hálito de libertad se abre en un rincón del arte, a la utópica espera de que caigan todas las dictaduras.