V
Sólo me resta estar sobre la corteza de cada día como la luz se ciñe a las siluetas, caminar por las avenidas hasta que se termine la voluntad de añadir otro paso a tanta angustia, hundir la mirada en el escote de un vestido para saber si ahí se encuentra el calor de la esperanza, o seguir el balanceo de unas caderas con la única intención de averiguar el ritmo de la vida.
Además, puedo interpretar los aromas del atardecer como ideogramas del recuerdo con la fugacidad del aire, o buscar un sentido en los pliegues de la franela que envuelve a la cama, o hacer tatuajes elusivos con las sombras que proyecta el humo de un cigarro sobre las paredes —ahora más que nunca desnudas a pesar de los recortes y dibujos—. Pero no descubro cómo reinventar tu presencia con la tibia complicidad de otros cuerpos.