Tiempo y deseo
I
Verme en la confusión de tu mirada
es triste, y en la oquedad del tiempo próximo
adivino la sed de nuestros ojos:
beber la luz del viento en cada ráfaga,
buscar a tientas, entre el aire, formas
que nos hablen del tiempo que fue nuestro
y palpar con la vista este deseo
con rostro de herida. Cada hora
que fue nos pertenece en el recuerdo,
cada minuto es una gota altiva
de sangre que marca el futuro incierto
y lo hace una condena inmerecida.
Nunca llegaste a ser conmigo, pero
Mientras te pienso, a solas, eres mía.
II
¿Te amé, o sólo es que tu figura
—aquella que me hice de tus gestos—
tuvo la precisión de mis deseos
cada día? Ahora crecen las dudas
en la promiscuidad de los recuerdos.
Todo se ha vuelto un signo de agonía:
los golpes del reloj, la melodía
cotidiana del tiempo, aquel eco
armonioso de tu voz que deslava
la tranquilidad rústica del sueño,
la profesión de fe en el mañana
y en la resurrección del amor muerto,
o el destino por fin en mi ventana;
todo se ha vuelto un signo del deseo.