II
Compartimos la piel como las clases del colegio
o las tardes de estudio convertido en cine
—pero los cuadernos no se cubrían de corazones mal trazados
ni podíamos ofrecernos un abrazo en los salones
Nuestra complicidad tenía los límites de tu casa
y las paredes todavía guardan el secreto
—ahora sospecho que la curiosidad semi-infantil poseía más calor
que las alcobas a media luz donde después se extendería el deseo
Nuestro refugio lo erosionaron las manecillas del reloj
o las penumbras donde enfrentábamos los cuerpos
—tu mejilla y tu cuello eran una tierna suavidad
cubierta por minúsculas gotas de sudor
y abiertas al vendaval de un turbio sueño