I
Dibujo por no exprimir la sangre de mis venas para trazar senderos, para ir dejando un rastro indeleble que me recuerde dónde estuve, por cuáles rincones he pasado y cuántas veces. Sé que no tengo derecho de encubrir mis pisadas más trémulas como no oculto las profundas, aunque a veces me duela la planta de los pies y las cuerdas vocales se conjuren en un golpe de silencio.
Conozco los diversos matices que poseen las horas, el colorido vivaz de un día de fiesta al igual que la paleta fúnebre con la cual se despiden nuestros muertos. Y siento la evidencia de la multiplicidad gráfica: algunas líneas muestran mi afición al vértigo, otras crecen sobre mi memoria con la misma agresividad que una herida de navaja al final de un callejón obscuro, y otras más apenas se adivinan bajo la epidermis como la vida en el primer aleteo de una mariposa.