Viñetas
I
Dibujo por no exprimir la sangre de mis venas para trazar senderos, para ir dejando un rastro indeleble que me recuerde dónde estuve, por cuáles rincones he pasado y cuántas veces. Sé que no tengo derecho de encubrir mis pisadas más trémulas como no oculto las profundas, aunque a veces me duela la planta de los pies y las cuerdas vocales se conjuren en un golpe de silencio.
Conozco los diversos matices que poseen las horas, el colorido vivaz de un día de fiesta al igual que la paleta fúnebre con la cual se despiden nuestros muertos. Y siento la evidencia de la multiplicidad gráfica: algunas líneas muestran mi afición al vértigo, otras crecen sobre mi memoria con la misma agresividad que una herida de navaja al final de un callejón obscuro, y otras más apenas se adivinan bajo la epidermis como la vida en el primer aleteo de una mariposa.
II
Compartimos la piel como las clases del colegio
o las tardes de estudio convertido en cine
—pero los cuadernos no se cubrían de corazones mal trazados
ni podíamos ofrecernos un abrazo en los salones
Nuestra complicidad tenía los límites de tu casa
y las paredes todavía guardan el secreto
—ahora sospecho que la curiosidad semi-infantil poseía más calor
que las alcobas a media luz donde después se extendería el deseo
Nuestro refugio lo erosionaron las manecillas del reloj
o las penumbras donde enfrentábamos los cuerpos
—tu mejilla y tu cuello eran una tierna suavidad
cubierta por minúsculas gotas de sudor
y abiertas al vendaval de un turbio sueño
III
Tengo una mujer de pechos generosos
y entregada a la ansiedad que me hormiguea en las manos
—con ella estoy fundando un rincón marginal del paraíso
sin exilios ni rencores sin eternidad ni celos
Y aunque tiene el corazón herido
extiende su piel y su palabra
para cubrir las grietas que sobre mí esbozaron los silencios
—antes de ella hubo tardes y hubo atardeceres
pero no existía oasis de luz que atravesara mi nocturno desierto
Y tiene en su costado tanta angustia
como ésa que en otro momento me arrebató los ojos
y me llenó de espuma cada perfil del tiempo
—donde el futuro parecía un cadáver
y el pasado un pantanal vestido con herbajes muertos
Pero también tiene una provincia de mi voluntad
atada a los aromas de su cuello
IV
Desnuda encima de mi cuerpo
Te miro y sé por cierto que te amo
—pero siempre hay momentos delatores
del temor que se cuela en tu mirada
Tendida y abierta para mí
la joya de tu vientre ya me aguarda
desde un antiguo resquicio en la memoria
y en un rincón futuro de esperanza
—sin embargo te escapas de mis brazos
cuando te nombro y el tiempo nos separa
Recostada al abrigo de mi pecho
casi no eres posible tan ufana
tan límpida y certera cual la lluvia
tan dúctil y evasiva como el agua
—afuera en la penumbra el aguacero
cultiva los recuerdos que me aguardan
por todos los caminos de la noche
y en todos los riachuelos del mañana
V
Todo amor está hecho de naufragios: de soledad y horizontes que se escapan, de presagios funestos y de vendavales tristes, del mismo material que el miedo. Extiendo los brazos y, de pronto, soy el mástil que se resiste a ser doblegado por la tormenta. Tú, junto a mí, eres el velamen que intenta sobrevivirla.
En ocasiones, somos a duras penas animales temerosos de la obscuridad y el frío, fugitivos del silencio que habitan mil ausencias. Pero luego siempre repito que te amo y con estas palabras desdibujo las hasta ayer inexpugnables fronteras, derribo murallas y construyo puentes, me arriesgo a desgarrar el velo. Del otro lado está tu rostro y el de Dios: sonríen. Y en esa brevedad, por un momento, consigo alejar nuestros temores con el conjuro elemental de un beso.