Diálogos
I
Quisiera nombrar la gracia de una mujer con la caligrafía temblorosa de mis brazos, porque estoy como un solitario cualquiera: vacío de otras frases que no sean aquellas rescatadas de unos labios-hembra.
Quisiera decir la fe y el calor de su regazo; pero no comparto el calor ni la fe durante las noches, y no puedo utilizar palabras vacías de ese perfume que mis dedos encuentran sólo al repasar sus líneas.
Quisiera recuperar los signos que expresen su voz como la transparencia al aire, aunque el sonido se transforme en una caja de ecos donde mis gritos sean la única prueba de su ausencia.
II
Dices “no quiero ser como los gatos”
y en tu rostro aparece un visaje solitario
como un animal que nace y muere en el desierto
—nuestra independencia es un estandarte
que reclama y define mil distancias
“Es agradable tener con quién besarse
y con quién desdibujar la forma de los brazos”
pero te acecha un rancio temor de soledades
de incomunicación y de aguas turbulentas
—y el único resquicio contra la angustia se hunde
entre los titubeos de la palabra
“¿Y por qué te gusto?” preguntas
como si tener una piel joven y la vocación para el deseo
fuera una vanidad desconocida
—o como si la sorpresa de encontrarte tan mujer y esperada
te pareciera una ofrenda injustificable y casi cruel
“Pero aún me falta tiempo”
y en esta frase descubro una inusual certeza:
la pasión es cada momento de la duda
y es cada momento de la entrega
III
“Algún día voy a necesitarte”
te escucho decir desde mi pasión entusiasmada
—pero no dejo de preguntarme ¿cuándo
y por qué siempre ese día es un día-después?
“Te amo un chingo y uno más que tú”
el teléfono y tu voz transforman la grosería en gracia
—y en ritual: en juego de palabras
que acaso significan nada
“Con nadie estoy como contigo”
y te creo porque quiero que sea verdad
porque la fe no ha podido inventarse un rostro diferente
—como yo tampoco he reinventado una mirada
para el tiempo que siento se diluye y se me escapa
Y te creo porque quiero que sea verdad
porque no tengo para ese rincón del alma que tú ocupas
un oficio diferente al de la espera
aunque ésta pudiera ser en vano
IV
“Nos amamos más de lo que nos entendemos”
leo la última de tus cartas
y entre líneas encuentro el mascarón de nuestra angustia
—heredamos la separación eterna entre dos mundos
donde a veces la sexualidad estableció el más candoroso balbuceo
“El amor es un sentimiento
no una teoría de la vida”
pero la pasión se consume y se desgasta
y algunos necesitan vivir con el corazón hacia los cuatro vientos
—y aún así hubo noches en que confundí tu vientre
con el horizonte más puro donde podría extender los ramajes de mi cuerpo
“¿Y qué del tiempo nuestro tiempo?”
¿se consumió también bajo el ataque feroz de los relojes
o existe en un lugar aparte dentro del sótano más turbio del recuerdo?
—yo no sé nada porque la piel me encegueció
con el fulgor y el cálido aroma de tu sexo
Pero sí pasa el tiempo
y entonces la nostalgia de lo que pudo ser me hiere
con el doble filo de la memoria
vestida con el ropaje casual del espejo en el baño
y las sábanas de nuestro lecho
V
Hay palabras que anuncian la tormenta, que dan aliento a las catástrofes de cada día y nos consumen con el amargo sabor del desconsuelo. Repetir que “escucho”, “leo” o “en aquel gesto”, es otra forma de reprocharme que no entiendo, que necesito comprender, que hay otra nueva angustia apenas enraizada cuerpo adentro.
Y es que hay palabras que dan la absolución, y otras condenan sin remedio. Son el castigo que nuestra sed de comprensión impone sobre el vano y limitado entendimiento. Tal vez una caricia anticipada o el modo generoso de entregar tus pechos… Quizá el momento en que haces el amor o me ciñes con tus muslos… No lo sé, acaso con esos signos conversamos de forma más honesta, y brevemente vencemos al silencio.