De la esperanza incierta
I
Ella toca su pecho y lo descubre firme;
pero no encuentra otra piel
ni otras manos,
sino apenas la humedad recalcitrante de su sexo.
Él agota las páginas de un libro,
y se acuesta desnudo y aferrado a una almohada
para intentar no hundirse en los silencios.
Las mañanas nunca han sido fáciles
al despertarse tan mujer y tibia
frente a la muda compañía de los espejos.
Y es triste desprenderse de las sábanas
para no compartir el café de la mañana
ni el agua en la bañera,
y entonces duele no volver al sueño.
Pero durante el día se sentirá observada
y una pregunta casual
le conseguirá inspirar una parvada de promesas
y no le bastará la voz
para acercarse y tocar ese otro cuerpo.
Y él escuchará la respuesta aunque ya no importe,
pues habrá comprendido:
cada sílaba
tendrá la plenitud de una caricia
y cada frase,
la humedad y el calor de varios besos.
II
Recorren los pasillos
con la seguridad de encontrarse
al dar la vuelta en cualquier esquina,
y se distinguen entre muchos rostros
como lo harían en mitad de algún desierto.
Ella busca ese cuerpo
y esa mirada que la reconocen hembra,
e imagina sobre sus muslos
el vaivén lujurioso de esos dedos.
Él observa la tersura de los hombros
y, en la espalda,
el espacio justo para su abrazo.
Luego piensa en la tranquilidad del vientre
y en el valle húmedo del sexo.
Lo abraza,
como si en él se sostuviera el mundo,
y le da un nuevo sentido a los silencios.
La envuelve con sus brazos
y aventura una caricia
al borde de los senos.
Después,
confunden su anatomía con una enredadera
y reinventan la forma de sus sueños.
III
Hacen el amor
como si la muerte los acechara en cada despedida
—los salones vacíos y las calles solitarias,
una vereda oculta entre los árboles
y una hamaca arrullada por el viento
o la alfombra de una habitación llena de libros
y unas literas en un lejano pueblo
han sido fieles testigos.
Las tardes gastan sus minutos
en la complicidad de una recámara
y a veces, entre nubes de vapor,
bajo la lluvia artificial de un baño
juegan con la espuma a descubrir sus cuerpos.
Pero aún no saben si la soledad los amenaza:
ahora que el insomnio se ha marchado,
olvidan las crónicas de naufragios anteriores
y se embarcan en las travesías de la piel
o hacen votos
para entregarse a la juventud y sus excesos.